El espacio público como infraestructura social. El espacio público como infraestructura social.

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Fecha de publicación: 15/04/2025


En la era del “urbanismo de precisión”, el espacio público emerge como la infraestructura social clave para una vida urbana saludable, resiliente y cohesionada. Calles, plazas, parques y pabellones temporales no solo dan forma al tejido urbano, sino que también alimentan el alma colectiva. La ciudad, al fin y al cabo, es una coreografía de encuentros. 


Los espacios públicos han sido históricamente el corazón social de las ciudades. En el siglo XX, el auge del automóvil y la expansión suburbana marginaron su protagonismo global. Hoy, muchos de estos espacios se transforman o pierden fuerza por la globalización, el consumo y nuevos modos de habitar lo urbano. Aun así, plazas, calles, veredas y otros espacios urbanos siguen siendo fundamentales para construir comunidad, fomentar ciudades resilientes y fortalecer el sentido colectivo ya que lo público nos pertenece siempre que lo habitemos. 


El espacio público, como infraestructura social, permite reconocer su papel en la generación de vínculos, encuentros y dinámicas colectivas. Esta visión del espacio público como infraestructura social pone en valor su dimensión más allá de lo construido, destacando su papel en la vida pública urbana y su impacto en la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con el entorno que compartimos.  


Aun así, el espacio público sigue siendo ese lugar de encuentro donde conversamos, compartimos, debatimos o simplemente estamos. Un espacio de sociabilidad y construcción de sentidos, donde —más allá de lo cotidiano— buscamos sentirnos parte de algo más grande. 


Los datos muestran que las ciudades exitosas siguen apostando por lo común: según ONU-Hábitat (Global Public Space Toolkit, 2015), aquellas que destinan cerca del 50% de su superficie al espacio público—entre calles, veredas, plazas y parques—tienden a ser más funcionales, sostenibles y cohesionadas. En ciudades como Manhattan, Bruselas y Barcelona, entre el 30% y el 35% del suelo urbano corresponde a espacio vial, y entre un 10% y 15% a usos públicos complementarios. 


El espacio público como soporte de lo común 

En la planificación contemporánea, el espacio público se concibe como una infraestructura social: una red material que sostiene la vida comunitaria. Esta visión resalta su valor más allá de lo construido, destacando su papel en la vida pública urbana y su impacto en la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con el entorno que compartimos. 


El sociólogo Eric Klinenberg (2002, 2018) popularizó el concepto tras analizar los efectos de una ola de calor en Chicago. Su estudio evidenció que los barrios con mejores redes sociales y espacios públicos bien mantenidos registraron tasas de mortalidad significativamente más bajas. Desde entonces, el término ha sido adoptado por organismos internacionales como ONU-Hábitat, que reconocen su papel central en la resiliencia urbana. 


Revalorización, sostenibilidad y salud. 

El espacio público también contribuye directamente a la salud urbana. Aumentar en un 10% la calidad de las aceras puede reducir hasta 15 kg de CO₂ por hogar al año (ONU-Hábitat, 2020). La proximidad a áreas verdes, además, puede disminuir el uso de energía en climatización hasta en un 10% (EPA, Green Infrastructure Benefits, 2020). 


Estos beneficios ambientales son especialmente relevantes en un contexto de cambio climático y densificación urbana. Las ciudades compactas necesitan calles seguras, plazas accesibles y parques bien conectados para garantizar condiciones habitables sostenibles. 


Pero no solo gana la ciudad: los desarrolladores inmobiliarios comienzan a incorporar el concepto de agregar valor a través del equipamiento urbano. Invertir en espacio público no solo es deseable desde lo social; también es rentable. En Londres, por ejemplo, la reurbanización de áreas públicas generó un incremento del 5% al 15% en el volumen comercial de las calles intervenidas (Transport for London, Valuing Urban Realm, 2013). 


La incorporación estratégica de infraestructura verde —como corredores biológicos, techos vegetados o arbolado urbano— no solo mejora la resiliencia climática y regula el microclima, sino que también permite reconectar a las personas con la naturaleza en su vida cotidiana, promoviendo bienestar físico y mental en entornos densamente construidos. 


La evidencia también señala que una mejora del 1% en superficie verde puede elevar el valor promedio de la vivienda entre un 0.3% y un 0.5% (CABE, 2007). Y en Nueva York, el valor anual de los árboles urbanos se estimó en 122 millones de dólares, con un retorno de USD 5.60 por cada dólar invertido (NYC Parks Department, Street Tree Census, 2015). 


El futuro de las ciudades: lo común como prioridad urbana. 

Las tendencias urbanas actuales apuntan hacia intervenciones flexibles, inclusivas y basadas en datos. Ejemplos como Superilla Barcelona, el Cheonggyecheon Stream en Seúl o el Programa Parques Biblioteca en Medellín integran espacio público, movilidad, equipamiento y participación comunitaria, mostrando cómo el diseño urbano puede mejorar indicadores sociales y ambientales. 


El urbanismo táctico —intervenciones temporales de bajo costo— se consolida como una herramienta eficaz para reactivar espacios subutilizados. Programas como Pavement to Plaza en Nueva York o Calles Abiertas en Santiago de Chile permiten testear soluciones espaciales antes de hacerlas permanentes. 


La tecnología también juega un rol creciente. Ciudades como Copenhague utilizan sensores y datos ciudadanos para mapear el uso real de sus espacios públicos, ajustando así el diseño urbano a las dinámicas sociales cotidianas. El diseño y mantenimiento del espacio público se ha transformado en una herramienta estratégica de política urbana. No solo permite articular movilidad, salud y sostenibilidad, sino que también refuerza la identidad y la equidad territorial. 


En línea con la Carta Global del Espacio Público (UN-Habitat, 2013), la calidad del espacio público urbano —su accesibilidad, conectividad y adaptabilidad— debe ser entendida como un indicador directo de desarrollo sostenible.  


Por esto ya no existen dudas de que el futuro de las ciudades pasa, en gran medida, por la calidad de sus espacios compartidos.